Los huertos urbanos compartidos, una tendencia global, dan vida y generan comunidad en torno de tierras en desesuso, disminuyen la contaminación y la generación de residuos orgánicos -ya que se puede fabricar composta con ellos-, mejoran la calidad del aire y reducen las temperaturas, estimulan la biodiversidad, reducen la soledad y generan bienestar físico y psíquico, son una vía de transformación social, una oportunidad para generar alternativas a las grandes cadenas alimentarias, promover la reducción del desperdicio de alimentos y generar nuevas vías de aprendizaje colectivo.
Por Andrea Núñez-Torrón Stock
Ciudad de México, 8 de febrero (TICbeat/SinEmbargo).- “Cambia tu barrio, cambia el mundo” es el lema de una red de activistas urbanos que han decidido reinventar Portland desde mediados de los noventa, plantando cara a los especuladores y creando comunidad. La misma premisa de “piensa global, actúa local” puede aplicarse a la revolución de los huertos compartidos, una iniciativa que ha cristalizado en miles de propuestas en ciudades occidentales durante los últimos años.
Algunos se remontan incluso un cuarto de siglo atrás: South Central Community Garden en Los Ángeles, el Parc Floral de París, el Ghost Town en Okland o Brooklyn Rescue Mission Bed-Stuy Farm en Brooklyn son algunos ejemplos punteros. En primer lugar, cabe definir lo que es un huerto urbano compartido, ligado a movimientos como la soberanía alimentaria, la defensa del medioambiente o la horticultura ecológica.
Los huertos urbanos compartidos son espacios de cultivo situados dentro de las ciudades y que permiten a sus habitantes hacer acopio extra de alimentos frescos y locales, brindar a la urbe un aspecto más verde y promover la agricultura de autoconsumo. En España, por ejemplo, el movimiento cobra especial peso a partir de 2011 y recibe el apoyo de diversos ayuntamientos que incluyen estas iniciativa en sus presupuestos y actividades locales subvencionadas. Lo habitual es que una propietario ceda la parcela sin arrendarla y la cosecha se comparta, o se empleen para ello terrenos de carácter público.
Los beneficios se cuentan a montones: por una parte se recuperan las huertas tradicionales y se transmite el conocimiento relativo a las técnicas de cultivo a generaciones más jóvenes, se promueven valores como la solidaridad y la cooperación, se difunde una perspectiva de alimentación saludable basada en productos frescos, estacionarios y de proximidad, se brindan alternativas de consumo gratuitas para personas con menos recursos económicos y se estimula la producción agraria local a pequeña escala.
Por otra parte, los huertos urbanos compartidos dan vida y generan comunidad en torno de tierras en desesuso, disminuyen la contaminación y la generación de residuos orgánicos -ya que se puede fabricar compost con ellos-, mejoran la calidad del aire y reducen las temperaturas, estimulan la biodiversidad, reducen la soledad y generan bienestar físico y psíquico, son una vía de transformación social, una oportunidad para generar alternativas a las grandes cadenas alimentarias, promover la reducción del desperdicio de alimentos y generar nuevas vías de aprendizaje colectivo.
Ahora, puedes buscar en tu colectivo vecinal, asociaciones cercanas o propuestas de huertos urbanos compartidos en tu localidad. Por mostrar algunas cifras, en Berlín estas iniciativas abastecen de frutas y verduras frescas a medio millón de personas, mientras que en España, la cifra ha experimentado un importante auge: mientras que en el año 2000 se contabilizaban mil, en 2017 la cantidad ascendía a 15 mil según un sondeo realizado por la consultora GEA 21. El pistolazo de salida lo marca la recesión económica, a partir de la cual crecieron notablemente los huertos escolares, comunitarios y huertos sociales con fines terapéuticos.